Entrevistamos a Frankie Pizá

Después de asistir a Music Industry: Survival Mode, hablamos con Frankie Pizá para ampliar algunas de las ideas que puso sobre la mesa en el taller: atención, plataformas, creador vs. sistema y cómo trabajar en un entorno que exige más presencia que tiempo para crear. Esto es lo que nos contó.

Creemos tu contexto: ¿cómo te presentarías a la gente que no sabe quién eres ni a qué te dedicas?

Trabajo analizando cómo la música y la cultura se moldean por estructuras que no vemos: plataformas, modelos de negocio, algoritmos, mercados financieros. No intento motivar a nadie; intento explicar las condiciones materiales en las que hoy opera un artista y qué implica trabajar dentro de un sistema que ya no está diseñado para ellos. Mi función es aportar contexto para que la gente pueda tomar decisiones con más claridad y menos inercias/ruido.

¿Por qué bautizas así el taller?

Porque el entorno actual exige más capacidad de orientación que de inspiración. La música siempre seguirá viva, pero las condiciones que la sostienen (ingresos, atención, mediación, tiempo) se han deteriorado considerablemente. El taller intenta dotar de herramientas para navegar ese marco sin autodestruirse. Un lugar donde se puede hablar sin intermediación algorítmica. No doy respuestas cerradas; analizo mecanismos: cómo se reparte el valor, cómo funcionan las plataformas, cómo cambian los hábitos de consumo, qué implica depender de métricas externas. La docencia aquí no es “enseñar a triunfar”, sino desactivar los malentendidos que la industria promueve porque le convienen.

¿Por qué es tan jugosa la promesa de esta creator economy?

Porque promete autonomía en un sistema que, de base, depende de que trabajes gratis la mayor parte del tiempo. La creator economy sustituye trabajo por presencia, estabilidad por exposición y criterio por velocidad. Su atractivo no es que funcione, sino que parece más justa que la industria tradicional, aunque en realidad desplaza todo el riesgo al creador.

¿Qué consideras que tiene más valor a día de hoy en una sociedad capitalista como la nuestra: el dinero o esta moneda etérea que es el crédito social (basado en likes, interacciones y exposición en internet)?

Hoy lo que determina tu posición no es lo que cobras, sino lo que circulas. El crédito social es la nueva moneda porque anticipa valor antes de que exista. Pero es una trampa: genera visibilidad sin poder, exposición sin infraestructura y fama sin contexto. El crédito social, por tanto, te obliga a mantenerte expuesto.

¿En qué sentido crees que la juventud ha cambiado su rol (del de la “disrupción de lo establecido” a la homogeneidad)?

Hoy la juventud no opera como fuerza de ruptura porque el espacio para romper se ha estrechado. La mayor parte de la vida cultural está mediada por plataformas que normalizan comportamientos, aceleran ciclos y penalizan cualquier desviación prolongada. La homogeneidad se ha convertido en un efecto del propio diseño. Cuando la cultura se organiza por tendencias globales y no por escenas locales, el margen para construir algo propio se reduce. No es una juventud “conformista”: es una juventud que trabaja dentro de un sistema que absorbe la diferencia antes de que pueda ni siquiera madurar.

¿Hasta qué punto crees que los hábitos de consumo en la música urbana (que empezó como una contracultura) la han acabado convirtiendo en el nuevo pop?

La "música urbana" se volvió pop cuando dejó de necesitar legitimación externa. El streaming transformó sus códigos en estándar porque funcionan bien en sistemas basados en repetición, velocidad y reconocimiento inmediato. Cuando un género encaja perfectamente en la lógica de la plataforma, deja de ser contracultura.

¿Dónde consideras, a día de hoy, que podríamos dibujar la línea, dentro del proceso creativo, entre “arte puro” y estrategia?

El arte no existe fuera del contexto que lo distribuye, pero tampoco puede ser únicamente un ejercicio calculado para encajar en él. La diferencia está en el criterio: si la estrategia existe para sostener una obra, es parte del proceso; si la obra existe para sostener una estrategia, se vacía. En un entorno donde todo compite por atención, la pregunta relevante es: ¿qué condiciona qué?

Te devuelvo la pregunta que has hecho en el cuestionario: ¿cómo salvarías la escucha?

La escucha se deteriora cuando se convierte en ruido de fondo, en acompañamiento de tareas o en producto que circula sin contexto. Salvarla implica devolverle densidad, volumen y/o relieve: establecer condiciones para prestar atención, recuperar el hábito de escuchar discos enteros, contextualizar lo que suena y elegir entornos donde la música no sea un accesorio. Reintroducir prácticas que el modelo actual descarta porque son lentas y no escalables.

¿Cómo crearías más contexto para la música, en contra de las dinámicas establecidas por la propia industria musical?

El contexto hoy debe construirse deliberadamente. Significa explicar lo que haces, ordenar referencias, crear espacios donde la obra no se evalúe por métricas inmediatas y generar mediación humana: textos, conversaciones, críticas, presentaciones, comunidad. La industria ha externalizado ese trabajo hacia el artista y luego lo ha desincentivado. Por eso generar contexto es casi un acto contracorriente: requiere tiempo y continuidad, precisamente lo que el sistema evita.

Has hablado de la memética como estrategia de marketing: ¿podrías resumir brevemente en qué consiste ese concepto?

La memética no se refiere a un truco de marketing; es una forma de circulación. Funciona cuando una obra se reduce a un fragmento reutilizable: un sonido que identifica, una frase que se comparte, un gesto fácil de replicar. Cuando algo se comporta como meme, pierde parte de su complejidad a cambio de visibilidad. Entender esto es, en realidad, saber con qué condiciones operan hoy la mayoría de los productos culturales.

Ser meme parece algo fácil para conseguir crédito social, y el rage bait se usa como herramienta de engagement. ¿qué pros y contras tiene?

La ventaja es clara: exposición rápida en un ecosistema donde la atención es escasa. El problema es que esa exposición depende de la reacción, no de la obra. El meme fija una identidad reducida que luego es difícil desmontar, y el rage bait organiza a tu público en torno al conflicto, no al interés real. Lo que ganas en alcance lo pierdes en control sobre tu propio significado/narrativa.

¿Qué dinámicas recomiendas a creativos que sufren sobresaturación y quieren volver a disfrutar de crear?

La saturación se produce por acumulación de tareas, no por exceso de ideas. Lo útil suele ser reintroducir límites: separar tiempo de creación de tiempo de publicación, trabajar en proyectos que no necesiten mostrarse inmediatamente y recuperar prácticas no mediadas por métricas. A veces volver a disfrutar no es cambiar de disciplina, sino recuperar condiciones básicas: silencio, procesos largos, espacios sin feedback instantáneo.

¿Cómo no caer en tratar a tus fans como fans inversores?

La lógica de las plataformas empuja a medir la comunidad como “engagement”, que se parece demasiado a medir inversores. Para evitarlo, hay que separar dos niveles: quién te escucha y quién sostiene tu proyecto. No todo fan debe convertirse en cliente, y no toda interacción debe leerse como rendimiento. Relación más que “transacción”. La comunidad no se gestiona como un KPI.

¿Cómo diferenciarte de la homogeneización presente en la creación artística actual?

No diferenciándote por extravagancia, más bien por coherencia. Lo que hoy escasea no es la originalidad puntual, sino los proyectos que mantienen un criterio estable a lo largo del tiempo.

Cinco tips para cualquier artista emergente que quiera crecer de manera ética

– Asume que la velocidad no es una obligación.
– Entiende tu proyecto antes de intentar escalarlo.
– No externalices tu criterio a un algoritmo.
– Define qué parte de tu trabajo no está en venta y protégela.

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