Crónica de Music Industry: Survival Mode de Frankie Pizá
Un taller para pensar la música desde dentro: atención, algoritmos y la fragilidad del día a día creativo
El sábado por la mañana, en un espacio que parecía más la casa de un colega que una sala de formación, se celebró Music Industry: Survival Mode, un taller impartido por Frankie Pizá. Las oficinas de This is Odd, con un ambiente cálido y familiar con pastitas en el centro de la mesa, sillas dispuestas al gusto de cada asistente, acogieron a un grupo atento dispuesto a participar y formar parte, más que a recibir una lección magistral. Lejos del formato magistral tradicional, la jornada tuvo el ritmo y la complicidad de una conversación larga y bien pensada: slides cuidados y abundante contenido que servía de palanca para el diálogo y el ejercicio colectivo.
La mañana arrancó con el primer bloque centrado en la memética y la figura del artista actual. Frankie situó al creador contemporáneo en un escenario donde el engagement se ha convertido en una obligación: “hacer memes”, “conviértete en uno” y “tu reacción a estos” ya no es una anécdota, se ha convertido en una forma de supervivencia cultural. Subrayó cómo la lógica del “pump and dump” (aprovechar una tendencia hasta agotarla) dicta muchas veces la visibilidad y el consumo de cualquier tipo de contenido, y puso sobre la mesa la fragilidad del vínculo entre artista, contenido y audiencia. Lo que sucede en redes habitualmente es pasajero, a veces incluso inocuo. La intención no es el cómo se habla, sino que sea objeto de conversación pública, y eso condiciona decisiones creativas y comerciales.
El taller no consistía solamente en una exposición: la jornada incluía dinámicas participativas. El ejercicio estrella fue “DESTREAMING YOURSELF”, un cuestionario diseñado para hacer mirar al asistente su propia relación con las plataformas. Preguntas incómodas y otras claramente humorísticas, según Frankie, algunas “no servían para nada” y se hacían por pura diversión. Y permitieron que la reflexión se repartiera entre la seriedad y la broma, haciendo la sesión más habitable. Hubo espacio para risas y para ironías que aligeraban debates peliagudos.
El segundo bloque abordó a las plataformas de streaming (sobre todo Spotify) y sus prácticas, haciendo un diagnóstico a raíz de un ejercicio práctico previo. Antes de la exposición, Frankie propuso un trabajo colectivo para mapear las dinámicas de consumo del propio grupo de asistentes: un ejercicio que sirvió para aterrizar los argumentos que expondría posteriormente. A continuación, desgranó cómo la plataforma ha normalizado ciertas formas de escucha pasiva y la monetización de esta. Cómo eso afecta tanto al consumidor como al creador y sus consecuencias.
Entre varias críticas, dejó una afirmación contundente sobre el valor económico actual de la propiedad intelectual: “El copyright es el asset creativo que más sube a día de hoy […] ya que significa ingresos pasivos a la larga”. Esta frase llevó a la reflexión sobre modelos de negocio y sostenibilidad para la música. Y que sirvió para dar pie a la explicación de varias dinámicas de consumo como las “Playlist por Mood”, donde la escucha se vuelve pasiva. Así, la música carece de presencia real y se convierte en ruido propiciando la proliferación de música generada por algoritmos que refuercen esa necesidad creciente de acompañamiento en función del estado de ánimo de cada uno. También puso ejemplos críticos sobre las dinámicas de las grandes compañías (las majors y los grandes agentes de la industria) y la asimetría en la relación con artistas independientes. Un ejemplo muy claro de ello fue: para pagar una mensualidad de Spotify (actualmente 11,99€) son necesarias 10.000 reproducciones en la propia plataforma para poder llegar a generar el dinero suficiente para cubrir ese coste.
En el tercer bloque, el artista y sus fandoms, Frankie trazó comparaciones incómodas para entender el presente: citó estudios y planteó situaciones que acercan al músico contemporáneo a perfiles de alto riesgo en su relación con la atención (llegó a mencionar un paper que comparaba al músico con un ludópata). Habló de fandoms, de codependencias emocionales y de la emergente figura del director creativo como quien concentra y dirige la atención: “no hace falta dirigir tanto a nivel conceptual si ya posees una audiencia que respalde lo que hagas”. También se expusieron dinámicas de abuso que pueden surgir entre artistas y fans, como el fenómeno de las meme-coins, y entre artistas y plataformas, con la clara sensación de que la atención es un recurso explotable y sustituible.
En este momento fue cuando se hizo una pausa para la comida en la que los asistentes compartieron mesa con Frankie. Un reflejo de la cercanía y el ambiente familiar que se respiraba durante la jornada, que también sirvió para airearse antes del bloque final, que sembró bastantes más dudas que respuestas. Este tramo trató sobre inteligencia artificial, y fue tal vez el más duro de la jornada. Frankie abordó la IA desde la doble cara de herramienta y riesgo: desmitificó fantasmas, intentó des-demonizar usos creativos como brazo ejecutor, haciendo apuntes también en el hecho de su intervención en el proceso creativo y cómo eso puede hacer que el proceso creativo deje de ser eso: creativo. También señaló cómo la automatización de procesos y la instrumentalización por parte de grandes multinacionales amplifican la extracción de datos y horas de uso, traduciéndose en más atención convertida en beneficio y la slopificación del contenido a raíz de eso. Fue un bloque que dejó al grupo “chof”, con la sensación de que el futuro a corto plazo presenta amenazas reales para la autonomía creativa, aunque también aportó claves para identificar esos elementos y actuar con consciencia, cosa que la mayoría de asistentes consideraron de gran valor.
Frankie resultó cercano y medido: transmite paz incluso cuando expone cosas desagradables, y su pasión por la música alimenta la claridad de su discurso. A pesar del sesgo inevitable e intrínseco de cada individuo, Frankie presenta datos, análisis, opiniones y herramientas. Y deja al público llevarse lo que mejor encaje con su práctica. El tono, en todo momento, fue de alguien que toma en serio la industria por amor a la música y por responsabilidad profesional.
Al final del día la sensación fue ambivalente. El grupo salió cansado especialmente por las conclusiones del bloque sobre la IA, pero también con la sensación de haber aprendido a ver con más nitidez el terreno que pisan como creadores y consumidores. Esa claridad produjo, paradójicamente, una sensación de empoderamiento: comprender mejor las reglas del juego permite tomar decisiones más consecuentes y articular estrategias menos ingenuas.
Music Industry: Survival Mode funcionó como laboratorio crítico: sin caer en lo panfletario ni lo fatalista, se sintió como espacio para pensar con herramientas y humor, identificar amenazas y, sobre todo, plantear alternativas desde la consciencia y el conocimiento. Para cualquiera que quiera entender a día de hoy qué significa ser creador y consumidor, las dos a la vez, o en otras palabras: formar parte del gran organigrama que significa la industria de la música en la era del streaming.
